miércoles, abril 26, 2006

comité

asiste a la reunión pletórica (la reunión) de directores y gerentes tan serios. esta vez le dan a las masitas con el férreo tesón del sabe que la empresa paga y aunque no se sufra hambre, total es gratis. para no caer en el imperdonable pecado del bostezo, quien suscribe se entrega a la masticación de masas secas, ora de chocolate, ora de dulce de leche. le van dejando pesada la cabeza: son lentas de tragar, pastosas. se levanta, lenteja, para llenar el tiempo de las exposiciones --cada hombre presente perora entusiasmado acerca de sus números y logros gerenciales-- se sirve un cafecito, le agrega leche en polvo (puaj), revuelve avec une petite cuillere despacio, prevertianamente aunque sin poesía. alberga la esperanza de que el café mejore su precaria situación.

no se sabe si por el café o por las reminiscencias milyunanochescas cuando escucha hablar de álabes un poco se despierta, aprovecha y manotea otra masita (antes de que estos turros se las terminen todas). continúa ejercitando el diente mientras arrastra su atención por los caminos de la conversación que a su lado se desarrolla. no son los álabes, para la desgracia de ella, aguerridos y barbudos hombres tocados con túnicas y montados en negrísimos caballos. son nada más que unos cosos de una turbina que necesitan reparación urgente. reparación para la cual ya se ha solicitado presupuesto y se están analizando diferentes alternativas.

al retirarse pregunta a un muchacho compañero suyo cómo suele él arreglárselas para superar con decoro las tres horas de comité. él contesta con sonrisa --admitámoslo, luce su cara, por fortuna, una hermosa sonrisa-- que él no se aburre, que si conoce el tema que se discute, participa, y si no lo conoce, presta más atención todavía.

cada cual se aplica a lo que más prefiere.

martes, abril 18, 2006

crónicas de la milonga: los maestros ciruela

mis estrategias milongueriles no siempre --o mejor dicho casi nunca-- dan buenos resultados. ayer, por ejemplo, luego de arduos cabildeos conmigo misma, elegí como destino el prestigioso salón canning. el razonamiento que apoyaba tal decisión puede resumirse así: si voy a villa malcom (la alternativa) casi indefectiblemente, plancharé. si voy al canning, participo de la clase donde sí o sí bailaré con alguno, por ende, cuando ese alguno y algunos otros aprecien mis habilidades y otras cualidades varias, otros muchos querrán ser mis partenaires.

de modo que al canning fui y del canning volví trayendo una cosecha que --si hago un derroche de generosidad y por no ponerme a llorar-- podría llamar modesta. bah.

es que cuando llegué hete aquí que se aparece un tipo con quien alguna vez compartimos pista en otro lado. feliz de verme me invitó a su mesa aunque me apresuré a aclararle que una prima mía y amiga se nos unirán en momento aún no establecido --a él no le importó y además, nunca llegaron--. luego, me dijo que qué bueno que vinisite así bailamos juntos porque esta clase es difícil. claro que bailar juntos, para mí, incluía sólo un par de tangos, no un par de horas. cada vez que los profesores decían cambio de pareja el buen hombre se hacía el perejil mientras que yo...¡ yo sí deseaba con ardor el cambio de pareja! a todo esto por vez primera me había buscado uno que pintaba bien y cuya amable invitación decliné porque ya estaba con el otro. el otro, o sea, el mismo, me acaparó todo el tiempo, me tuvo de acá para allá sin pegar una (él) y encima corrigiéndo cada pequeño movimiento de mi agraciado caminar: la cadera la ponés mal, no flexionás las rodillas, no soltás las piernas, etc. etc. etc. ¡qué desgraciada soy! pensé.

cuando la clase terminó creí que se iría.

pero no.

se quedó en la mesa. yo me quedé en la mesa. ambos nos quedamos en la mesa. y comenzó una nueva etapa de mi sufrimiento porque pensé que, con él anexado, nadie se me acercaría --ya sé, ya sé, yo nunca le dije no--. para mi sorpresa, esto no fue así. pasado un rato más o menos razonable, un hombre acodado a la barra me cabeceó y yo, veloz como una saeta perdida, corrí a sus brazos. para qué. se trataba de otro carcamán corrector: que estás colgada, que no sabés apilarte, que para hacer siete meses que bailás podrías bailar mejor ¡!. yo me excusé con una amabilidad que no se merecía y cuando terminó la tanda volví a la mesa (donde estaba el otro), cambié zapatitos por botas y medias, me emponché y me las tomé, como correspondía.

no quiero pensar el horror que habrán sido estos tipos cuando... cuando... imagínense. aunque dudo --con tanta caballerosidad y espíritu crítico-- que alguna vez puedan llegar a instancias más avanzadas que un simple abrazo tanguero con una mujer.

viernes, abril 07, 2006

otra

porotita no me aflojés el brazo, porotita no te pongas en puntas de pie que parecés un subeybaja. con generosidad se vierten comentarios. a veces, también, con malicia. y otras, con franca desfachatez, como un señor que, al marcarle yo la reglamentaria distancia --es decir, yo me junto apretadita con quién se me da la gana--, me agarró por la cintura y me llevó contra sí. es decir, hizo la clásica "apretá el pomo". sin embargo y muy a su pesar, no era carnaval. enojado, luego de dos o tres compases, se separó y desenvainó una ristra de idioteces a saber: esto es como bailar con mi hermana, en el tango manda el hombre, vos tenés que hacer lo que yo quiero, etc.

yo me volví dura igual que salamín pasado de la fecha de vencimiento. por supuesto que el baile no fluyó, ni surgió la tan mentada comunión de los cuerpos ni ninguna de todas esas deseables maravillas del tango. terminados los tres minutos --por suertedura sólo tres-- le dí las gracias. y que se fuera a apretar a su hermana.

lunes, abril 03, 2006

anotaciones de la milonga

(porque a veces, los milagros suceden y los compañeros de baile también)

del viernes pasado:

a) anoto a un señor ofreciéndome $40 la hora por bailar. no directamente, claro está. primero sacó el tema, digamos, como un comentario al pasar, habló de mujeres que cobran eso y de hombres que son platudos y, principalmente, pataduras. más tarde se me acercó y me preguntó si estaba interesada. le contesté que si era por intereses yo ya me gano un dinerillo haciendo otras cosas (menos interesantes, pero eso no venía a cuento) y que no, que por ahora no. ah, pero si yo también me dedico a otra cosa, igual, ya sabés piba, si llegás a cambiar de opinión...

b) anoto a otro que, cuando parada frente a la barra como granadero en el cabildo oteaba con atención el devenir de los acontecimientos --se rifaban zapatitos y otros tesoros para milongueros--, se acercó e irrumpió con un si te rifaran a vos compraría todos los números. yo al principio no entendí, creí que me estaba preguntando si tenía números, o qué era lo que se rifaba, pero después tomé debida nota: un piropo es un piropo más allá de cualquier consideración acerca de sus atributos literarios, sobre todo cuando una ya pasó los treinta y pico y el recibir halagos tan contundentes no es cosa de todos los días.

c) anoto (ese mismo día, después de la milonga) a un pizzero en una esquina que me ofreció acompañarme luego de preguntarle primero dónde quedaba la calle guayaquil, después dónde quedaba quito --claro, en ecuador-- y después de haberme hecho notar que me había pasado tres calles si es que quería ir a quito. ¡yo te acompaño! me gritó con las manos en la masa.

yo creo que el tango algo debe hacerle a la gente.