martes, febrero 28, 2006

quién dijo qué

--¿estás esperando a alguien?
--no
--entonces ¿no querés bailar conmigo?

miércoles, febrero 08, 2006

uno de mi hermana maría de la paz

De qué lado del río
ocurren las cosas que nunca
esperás que sucedan.
En qué pasaje del camino
la muerte se vuelve compañera
y te lleva.

viernes, febrero 03, 2006

crónicas de la milonga: las chicas

ayer en arranque de no sé qué furor tanguero me fui un rato al club español, salón todo de mármol y dorados, de arañas, luces, alfombras coloradas y preciosuras varias cuidadas con esmero. todo resiste allí elegante al paso del tiempo. igual que las señoras que allí asisten. valga como ejemplo una lindísima mujer de unos setenta y pico, delgadita con su blusa negra y su pantalón tan sobria e impecable que me sorprendió cuando, antes de entrar a la milonga me dijo: me voy a arreglar, me voy poner el solero.

pagué y casi me muero cuando ví que el lugar ardía de gente. por suerte conseguí un asiento porque en plena pista estaba maría y apenas me vio le dijo a un mozo que andaba por ahí que me indicara cuál era su mesa. qué inesperado honor y salvataje esa sillita que me tocó cerca de ella.

nunca hablé de maría pero la conozco de la ideal. es una mujer bajita y ancha con algo de camioneril y femenino oculto. maría se parece al sol, tanto por ubicuidad como por sonrisa. está en todas partes y en todo momento. lo digo yo, que no voy nunca a ningún lado, que asisto por azar a las milongas y no importa cuándo o dónde, maría ocupa una mesita, siempre la misma. fortachona como una columna es ella una columna más de las confiterías, es ella sola y toda un monumento al tango. y esto aunque no baile lo que se dice divinamente. maría baila tango. y punto.

de modo que ocupé mi silla y pedí una coca-cola con limón.

en duro trance de esperar me hallaba cuando una mujer con abanico a mi derecha comenzó a hablarme en inglés. americana, de dallas, parecía recortada de la serie de televisión. mientras la una me explicaba cómo hacer el famoso eye contact a mi izquierda la otra, acaudillada, me dijo por lo bajo “pero si es una peruana engreída que se hace la que no habla nada de español porque vive en los estados unidos, yo nunca la dejo sentarse en mi mesa”. es verdad que no era rubia de ojos zarcos la americana, pero las uñas de sus manos y sus pies estaban pintadas de rojo, lucía sandalias y cinturón cobrizos y un vestido blanco de bretelitos finos: epítome de lo que en la milonga se piensa como femenino. el punto es que maría y jane y hasta la viejita del solero no importa si peruanas, extranjeras, lindas, feas, morochas o qué, firuletearon toda la tarde mientras yo, comme d’habitude, planchaba.

por fin bailé una tanda, la única, cuando un hombre “yo podría ser tu papá, sabés” (y de hecho, podría haber) se apiadó de mí y me invitó.

antes de retirarme, jane, inspirada por una mal disimulada compasión me aconsejó: dear, dont’ dress like that next time, you know? and change your hairstyle.

cierto es que yo llevaba puesto pantalón marrón chocolatín, musculosa amarilla con mariposa anaranjada que, para ser sincera conmigo misma y con la vida, hacían que me viera como una enorme bananita dolca en medio de ese gineceo de vaporosas barbies cincuentonas. it’s been so nice to meet you, agregó, hope to see you again.

la besé, también besé a maría y me fui, no digo silbando bajito porque no sé silbar, pero sí pasito a paso, esperanzada: mañana será otro tango.