jueves, enero 26, 2006

yo lo que quiero no es escribir. así, claro: yo lo que quiero. no sé bien qué es lo que quiero tal vez porque tengo todo lo que necesito y también lo que quiero. o en realidad lo que me faltan son apariciones fantasmáticas del estilo "revelación". es decir, una mañana temprano levantarse y que el sentido de las cosas --por ejemplo podría ser preparar tostadas, leer ciertas novelas, bailar apretadita, mirar trabajar a las hormigas, embarazarse, criar los hijos, caminar por la calle contemplando los edificios antiguos, etc, (nótese la proliferación de infinitivos significando "acción": las "cosas" o lo que yo llamo "cosas" o aquéllo cuyo sentido espero se ilumine es, en realidad, una desordenada acumulación de acciones-- decía, que el sentido de las cosas se autoexplique.

y allí mismito está la respuesta, quizá. en que nada necesita una explicación, las cosas son fines en sí mismas. todo esto porque yo lo que no quiero es escribir. o más bien, se me desapareció el deseo ese como acicate en el culo que te lleva a escribir todo el día cualquier cosa (aquí sí cosa es más sustantivo que otra cosa). a escribir o por lo menos creer que eso es lo que uno más ansía en la vida, que sin eso no se puede continuar, que al fin y al cabo la escritura es para lo que uno nació o tenía vocación o no sé qué, y aquí aparece otra vez la "finalidad"--.

como ahora, por ejemplo. pero ahora no es todo el día ni lo estoy haciendo impulsada por la zanahoria del deseo. más bien porque vengo con millones de horas de finanzas y números y para cambiar un poco el panorama de mi media mañana pensé ¡zácate! por qué no garabatear un rato y ponerle unas letritas nuevas a este espacio/lugar/¿blog? que ya está pareciéndose a una ruina romana. qué pretensiosa. ¿una ruina diaguita representaría un orden de magnitud algo más ajustado?

jueves, enero 05, 2006

Crónicas de la milonga xxxx

Compré (hoy) un abanico: ¿no es sencillamente delicioso --dejando de lado por supuesto los inconvenientes de tipo fisiológico como la abundante profusión de agua corporal de los bailarines, los olores y/o/u otras etcéteras-- que en la confitería Ideal la tecnología no haya traspasado los límites de unos cuantos ventiladores de mala muerte y las mujeres debamos recurrir al viejo artilugio del abanico?.

El mío es bastante ordinario, de levísima madera con agujeritos y reminiscencias orientales (¿¡lo que me espera cuando lo vea Tokuro!?). Del vértice pende una especie de chirimbolo amarillo y rojo que cortaré en cuanto llegue a casa para cambiarlo por una cinta negra o algún otro accesorio un poco más glamoroso. Todavía no lo estrené aunque no faltará oportunidad: el verano recién comienza.