jueves, junio 28, 2007

la torta de dulce de leche y coco le provoca reflexiones a mi amigo, y mientras cuchareamos concluimos que a los treinta y pico (cinco, si soy más precisa) hemos adquirido la sabiduría de ya no desear el universo, de no codiciar lo absoluto ni lo eterno, de haber aprendido a conocer nuestras limitaciones. en fin, que estamos más viejos y más divinos que nunca y ahora hacemos más deporte que leer libros y qué buena está la personalidad, la integridad de la persona pasada la treintena, lástima que una no tenga las lolas ni el traste de los veinte. depués la charla se desvía al derrotero de las preocupaciones del cojer y esa clase de incumbencias --todavía no logro entender por qué siempre se termina hablando de eso, en casi cualquier ámbito y me carcome la duda de qué será de mí cuando ya no me interese--.

para no perder nuestras antiguas costumbres de la adolescencia y paso por el conservatorio de música alguna cuestión pianística surge y también de libros (que lea a ernesto mallo y no recuerdo qué de ss) y en la librería me recomienda no comprar una monísima edición de los desastres de la guerra de goya porque es deprimente y, la verdad, debería esconderlo en la biblioteca para que mis hijos no lo vean al menos por ahora --razonamiento estúpido si tengo en cuenta lo que ven en la tele, en la calle, etc, goya se puede asimilar a un comic de los backyardigans--. perdí la compulsión de la compra de libros, perdí, creo, casi todas mis compulsiones, de manera que nos fuimos después de revolver un buen rato los estantes y las mesas sin llevar nada.

ah, de la exposición de fotografías antiguas que fuimos a ver, ni jota (excepto que qué linda que era sarah berhnardt)

miércoles, junio 20, 2007

alguien creyó ver la sombra de Arrizabalaga. creyó ver no. alguien --no sabemos quién, aunque sabemos que sí-- la vio desplazándose lenta, perezosa, manchando de gris una vereda gris de la manera en que suelen hacerlo las sombras.