jueves, septiembre 29, 2005

yo morocha lo que se dice morocha no soy, sabe, más bien castaña oscura, un poco como canela pero sin flor. esto que usted ve es el color de la tintura, porque las canas no me las dejo ni loca. voy siempre a bailar al mediodía, a la hora del almuerzo a una confitería muy linda ahí por la calle suipacha, una que tiene una buaserí de lo más paqueta, venida a menos, eso sí, pero bien bonita. lo que le digo a mi jefe es que tengo que hacer trámites, trámites y más trámites, vio, como hace poquito que se me fue mi mamá yo invento y desinvento cosas porque la verdad no tengo ganas de nada, ni de trabajar ni de pensar ni de atender el teléfono todo el día por los asuntos de la oficina. eficiente sabía ser, sí, cuando los tiempos eran mejores. ahora lo único que me interesa es bailar. ya me dijo un señor que es cosa peligrosa lo de andar sacándole viruta al piso, que se hace costumbre y después el cuerpo reclama y cuando el cuerpo reclama ya se sabe lo que pasa. un señor grande me lo dijo, después de contarme que hacía poquito había perdido la mujer. la extraña? le pregunté. claro, si no no estaría acá, me contestó y me llevó a bailar. muy bien no bailaba, creo --yo recién estoy haciendo mis pinitos, sabe, y no puedo andar rechazando invitaciones, a todos les digo que sí--. me tenía un poco flojo el abrazo entonces le pedí así como quien no quiere la cosa que me agarrara más fuerte que si no me iba a dar un trastabille que íbamos a terminar en el piso. pero no se animó. en ese lugar los señores son un poco más mayores que yo, muy respetuosos todos. yo tengo una edad que para qué se la voy a decir si igual no se me nota y además en la milonga lo más importante es que una no se la pase pisoteándole los pies al bailarín, que después en lo demás nadie se fija, con tal que baile con elegancia.

viernes, septiembre 23, 2005

chau mamá.
te voy a extrañar.

viernes, septiembre 16, 2005

trenes rigurosamente vigilados ii

vos te tomás el sarmiento todos los días y vas a ver que no necesitás otra escuela. te lo digo yo que vengo viajando de hace rato ya y pasé cada una. en los setenta de golpe te bajaban y a caminar todos derechitos con las manos en la nuca y ni se te ocurra pegar la media vuelta, qué media vuelta, ni se te ocurra respirar más fuerte que lo normal porque si no. después, subir al tren sin chistar y dar las gracias por llegar tarde que siempre es mejor que no llegar.

en los ochenta no hubo más milicos, a dios gracias. ahí lo que pasaba es que se te hacía tarde por los paros, paro uno, paro dos, paro tres meses, una vez los trenes estuvieron sin andar durante no sé cuántos siglos, se oxidaron los rieles, se habían puesto colorados como ají molido y las ratas, claro, de fiesta entre los durmientes. había que tomarse el bondi y al centro le ponías una hora y media por lo menos sin contar la espera y sin contar que de diez colectivos que venían nueve te dejaban de garpe en la parada chupando frío y cuando se te acababan los fasos, te la regalo.

después empezaron a andar un poco mejor, los trenes, a horario y todo, aunque no duró mucho. y se llenaron de pibes. no pibes que viajaban, como unas nenas que siempre iban bien vestidas tapadito y moño con su mamá, no, pibes que estaban laburando y entonces les daba lo mismo si se iban para once o para moreno. en el sarmiento te venden desde una linterna a hasta un diccionario de inglés, una cantimplora, lo que quieras. conseguís alfajores cinco por un peso, curitas, agujas de coser. yo en una época le llevaba a mi señora unas que venían en una canastita de cartón con flores pintadas. los pibes te reparten estampitas o papelitos mi mamá está enferma somo cinco hermanito nosayuda con lo que pueda para la leche. una vez hubo un nene que te juro casi me lo traigo. nosotros no tenemos chicos y pensé, me lo agarro a este y se lo llevo a mi señora que le remiende los pantalones, que le prepare una milanesa o algo para que coma. pero no me animé.

etc.

etc.

viernes, septiembre 09, 2005

...

viernes, septiembre 02, 2005

Op. 53 (frag)

Había en el conservatorio un grupito de tres o cuatro que se morían –se desvivían- por alcanzar lo que creían el podio de la interpretación pianística. Sergio y las chicas o las chicas y Sergio, siempre compitiendo, siempre disfrazando de falsa admiración su inconfesable envidia.

Todas las chicas querían tocar Appassionata, o la Tempestad, o los Adioses, no estaba claro si por alguna cuestión romántica o de género medio estúpida. Ninguna quería, por ejemplo, hacer La Pastoral, quizá porque les parecía demasiado agreste y creían bastante absurdamente que no podía reflejar en toda su dimensión la fiebre adolescente que las aquejaba. En ese entonces ninguna se atrevía a encarar la Waldstein porque sonaba marcial y era en extremo difícil desde el punto de vista técnico. Pero cómo les hubiera gustado, a las chicas, lucirse con esa música que creían tan de hombres.

Y vaya si lo era, que cuando Sergio empezaba a tocar la Waldstein crecía un tremendo silencio a su alrededor, un silencio de catedral que las hacía caer a todas en sensual trance, no importaba qué tan amanerado luciera cuando no se ponía al piano o cuando se miraba las uñas como si recién acabara de hacerse la manicura: todas hacían caso omiso de su incipiente y dulcificada putez porque apenas se acomodaba en la banqueta como quien monta su cabalgadura y arremetía con esa furia de padrillo desbocado que sólo él podía sacar de sí mismo --cualquiera a los dieciséis o diecisiete años parece demasiado verde, demasiado inmaduro para de verdad comprender a Beethoven, cualquiera excepto Sergio-- a ellas les daba la impresión de que se les venía Napoleón encima con toda la soldadesca y ahí nomás les agarraba una cosa entre las piernas que no había pañuelito de seda, ni risita, ni ninguna afectación de Sergio capaz de contradecir la idea de que así como así él podía transformarse en un generalísimo de gran penacho y doradas charreteras y sin decir agua va ensablarlas a todas y cada una contra la tapa del piano.