Jean Baptiste Lully o Rositas Rococó Rosadas
De todas las historias de músicos, ninguna es tan interesante y aleccionadora como la de Jean Baptiste Lully (léase Lulí). Por eso he decidido difundirla, para el placer de todos y el bien de unos pocos.
Resulta que el tal Giovanni, porque en verdad se trataba de un florentino hijo de humilde molinero y espartana campesina, se había escapado a Francia tras una doncella con el propósito de tutearla en italiano: es decir, le iba a enseñar los secretos de su lengua. En fin, el joven Battista, ducho ya en el arte del danzar, aprovechó para perfeccionar sus conocimientos y aprendió lecciones de composición y clavicémbalo mientras permanecía al abrigo de la dulce Mademoiselle de Montpensier. Nunca imaginó que la Mademoiselle alimentaba oscuras aspiraciones revolucionarias. En efecto, estuvo implicada en un motín contra le Ruá Luis XIV por lo que tuvo que rajar de Paris dejando un tendal tras sus pasos sediciosos.
Ni corto ni perezoso, Lulí se las arregló para alejarse de esa infame familia y entrar como danzarín de la corte del Ruá Solei. Bailaron juntos, el Ruá y Lulí, el “Ballet de la nuit”. De ahí en más, como chanchos: Lulí fue nombrado “compositeur de la musique instrumentale” del Ruá y acaparó cuanta oportunidad de meter un minuet o una gavota suyos se le presentara. Compuso música para ballet y danzó por doquier. Formó la orquesta de los Petits Violons, conjunto de cámara en que los violinistas más diestros de la corte hacían gala de su virtuosismo ---que no es lo mismo que virtud, demás está decirlo--. Se hizo amigote de un tal Moliere y juntos crearon las “comédies ballets”. Sin embargo, Lulí se negaba a componer óperas en francés porque “la única lengua que podía ser puesta al servicio de tales menesteres era, bien sur, la italiana” Además, la ópera era un plomo, demasiado larga y a Lulí, para qué mentir, le gustaba la joda. Pero el destino quiso otra cosa. De lábil voluntad y dudosas convicciones, en cuanto Lulí se avivó de que un tal Perrin obtenía un éxito arrasador con Pomone, la primera ópera compuesta en francés, Lulí, se dijo, esto no va a quedar así. Y mientras le ruá soley gritaba al mundo su famoso “L’état c’est moi” Lulí, en sutil connivencia con l’esprit de la época se decía “la ópera soy yo”. La materialización de tal axioma fue simple: le pidió al Ruá que le permitiera quedarse con la exclusividad para componer y difundir ópera en Paris. O sea: era el único que tenía derecho a la creación. O sea: era el único que se embolsaba la guita porque él y solo él dirigía todos los teatros importantes de París. Perrin que se pudriera en la cárcel y el resto de los músicos que se jodiera, que se las arreglara como pudiera. Después de todo, quién en Francia era tan talentoso cómo este italiano renegado, padre indiscutible del alambicado rococó, del estilo barroco. Qué importaba su monopolio artístico si total el resto de los músicos no eran más que unos inútiles mentecatos. Desde el año 1675 al compuso una tragédie lyrique por año durante catorce años, de las cuales la más exitosa fue “Le triomphe de l’amour”.
En el ínterin, Lulí no perdía el tiempo así que entre bambalinas y tules se amancebaba a todo danzarín, paje o violinista que meneara su existencia por los salones de Versailles, en especial a su ayuda de cámara, el joven Brunet. Tal era su eficiencia amatoria que hasta contrajo matrimonio con Mademoiselle de Lambert. Al Ruá mucho no le gustaba la prodigalidad sexual de Lulí, pero en virtud de su prolífica obra musical, hacía la vista gorda y que se enfiestara con quien quisiera.
Ahora bien, lo más impresionante de la vida de Lulí, es, paradójicamente, la manera en que murió. Parece que desde que el Ruá contrajo matrimonio secreto con Mme. De Maintenon la vida en la corte se volvió más espiritual, no tan disipada, en fin, bastante más aburrida. En esta nueva etapa le encomendaron misas y motetes, madrigales y Te-Deums, composiciones que produjo con gran presteza y habilidad, embolsando siempre los correspondientes doblones. De modo que durante una misa en la que se festejaba la recuperación del Ruá de una enfermedad que lo había tenido a mal traer, Lulí sufrió un accidente mientras dirigía la orquesta. Y qué accidente, mon Dieu. Parece ser que en aquéllas épocas los directores d’orchestre no manipuleaban la clásica varita que hoy en día vemos sacudir a diestra y siniestra con tanta pasión, sino que golpeaban con una especie de bastón que servía para marcar el tempi contra el piso. Presa de su habitual entusiasmo se encontraba Lulí, dale que dale al bastón, un-dó-tré-cuá, un-dó-tré-cuá, hasta que un-dó-tré-TÁCATE, se clavó el dichoso adminículo en el dedo gordo del pie*. Consecuencia: gangrena y posterior deceso. Y así fue como terminó sus días este icono del rococó francés, este hijo legítimo de la monarquía del siglo XVII.
Lulí murió en su ley: murió ensartado.
Y esto, señores, es la pura verdad.
(*)N de Z: los biógrafos no precisan si el derecho o el izquierdo. Consideramos que no reviste interés.
1 Comments:
Che, qué buen blog, recién lo encuentro.
Prometo actualizar vínculos...
Publicar un comentario
<< Home