miércoles, febrero 23, 2005

De Ucrania con amour

Siempre pensé en el arte como una forma de resistencia --frase prêt a porter, si las hay--. Resistencia a qué, se preguntarán los curiosos. Al absurdo cotidiano, a la fecha de vencimiento de los envases, al frío y a las inclemencias de la geografía y, sobre todo, las de la historia. Nada más fértil que la gélida Ucrania para la parición de músicos, escritores y artistas de toda clase. Lev Borisovich (Kiev 1892-1959) fue un músico de los que la crítica suele llamar menor. Ahora bien, me permito creer que esa deficiencia en su así calificada estatura musical se debe más a que se rehusó a autodenominarse “compositor soviético” que a la “baja”calidad estética de su producción artística. Es cierto que, al igual que muchos de sus contemporáneos, prestó su incondicional apoyo a la revolución de 1917: abrigaba la fe en el pueblo como forjador de su propio destino --de esta época datan su Poema sinfónico “Loor a las glorias revolucionarias” y los “Cuartetos de Cuerda Soviéticos” sus obras más (injustamente) difundidas--; no obstante, con la llegada de Stalin la historia fue muy otra y Borisovich, que se debatía entre la subjetividad inherente a su espíritu inquieto y la fidelidad a los ideales estéticos impuestos por el Partido decidió, por fin, recluirse en su propio universo creador y dar a luz algunas de las más bellas páginas musicales del siglo XX. Así durante la década del treinta, mientras Europa engendraba un experimento tras otro, Borisovich abandonó completamente la música orquestal para dedicarse a la composición de obras de menor envergadura, pero no por ello carentes de riqueza. En efecto, se avocó a su ciclo de sonatas de cámara para piano y violín, piano y caramillo --lo que le permitía rescatar antiguas tradiciones pastorales--, cuartetos de cuerda y quintetos con clarinete y/u oboe. Es notable (y lamentable) que estas obras hayan quedado relegadas al arbitrio de los funcionarios de cultura de turno: muchas de ellas no fueron estrenadas hasta la década del 80, la mayoría, fuera del país que las vio nacer. Tuve la suerte de que mi profesor de música de cámara Abelardo Cattaruzzi fuera un gran admirador de la obra de Borisovich. Gracias a él tomé contacto con ella y él fue quien nos dirigió en el duetto para piano y oboe “Evocaciones de la estepa” que preparamos para el concierto anual de la Municipalidad de Tandil.