martes, noviembre 08, 2005

las cuarenta

el día que deje de protestar cada vez que un laburo me parece una reverenda pelotudez, cosa que sucede con el 99.99% de los laburos que se hacen donde yo tengo mi culo cómodamente apoyado: una silla calesita de color bordó y una cuenta corriente en la que mes a mes se acredita un puñado nada despreciable de alegres billetes. el día que abandone toda manifestación explícita de que si algo está mal hecho está mal hecho. el día que ya no me rebele en secreto mediante alguna que otra tanda de tango bailada durante un horario de almuerzo sospechosamente extendido. el día que decida ya no usar la red para bajar literatura, leer literatura, husmear blogs, dejar comentarios por doquier, intentar escribir un post, un cuento, un poema o la mierda que me venga en gana (aunque a decir verdad no escribo mucho, ni poco, ni nada, no nos engañemos, que de mediocres protestones y alharacas está lleno el mundo). el día que con voz de no tan joven profesional comprometida con su tarea vaya y le diga a mi jefe: jefe, quiero saber qué es lo que la empresa espera de mí. el día que no desee espetarle: por qué no te dejás de romperme las pelotas (lo hice una vez, cuando era el jefe de otros y no mío, en su misma cara y la mandíbula inferior le llegó al piso en velocísima carrera). ese día yo ya no seré yo.

ya sé. uno elije y si esto es inmadurez soy terriblemente inmadura. cabe que se trate de simple y llana cobardía. inconsistencia, contradicción, ladrón que roba a ladrón (el relativismo moral siempre al alcance de la mano), etc. pero la realidad de la milanesa es que la vida empresarial es un gran chupadero de pijas en condiciones adversas.

que conste en actas.