lunes, noviembre 20, 2006

suspensivamente

digo: probemos. con ansiedad de mordida, de tiempo transcurrido sin haber (luego un sorbo, demorado, a modo de nueva interrupción para no).
decía uno desde su inacabada historia: Dios mío, qué voy a hacer cuando se me termine el whisky
(todo por dentro muriendo de querer saltar el cerco,
y el cerco tan altísimo;
de querer volar al cielo,
y el cielo tan lejano,
o mejor:
sus piernas como toneladas).
qué voy a hacer cuando.
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un hombre maravillosamente insiste, (en su mirar ya todo ha acontecido), insiste insiste insiste, firme, hasta que llega. ahí. logra. eso.
está en el hombre conquistar, y en la mujer volverse espacio que se llena.
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dije: te amo.
dije también: no creo en esas cosas.
soñé una vez con la literatura, con la miel de las palabras.
hoy: trabajo en algo inútil donde nada digo y se me paga. se me paga bien: unos posibles zapatos rojos, otros negros, un vestido nuevo, la tranquilidad de nunca-fin-de-mes-y-ahorcada, libros que no puedo leer por miles, las copas rebozantes de buen vino. cree usted señor que yo soy un promedio. no. pues págueme lo que merezco. y cobro. y nada digo (ya por cuánto tiempo más, por cuánto). je! la guita, es sabido, no molesta.
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en la cama: los ojos cargados de sueño, el cuerpo cargado de sueño, los brazos de dormir, dormidos
(no quiero)
el pelo revuelto
la espalda, las piernas, las rodillas, un ovillo
(soy tan espantosamente blanca)
del cansancio, el rastro por la cara entera, como un caracol
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frente al espejo: todavía no se ha ido, la baba del caracol, hinchado el espacio debajo de los ojos, las mejillas. las manos torpes, las uñas sin pintar.
(si alguien me viera, quién me quisiera)
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ante Dios o su idea: la aceptación de ser un cuerpo que termina y que termina pronto.