jueves, mayo 11, 2017

cheek to cheek

En la fiebre tanguera de este otoño la suerte y los rumores de "buen nivel de baile" me llevaron a un lugar secreto de la calle Corrientes: puerta roja sin carteles, timbre, pasillo al fondo, unas mesitas dispuestas azarosamente, paneles corredizos de papel de arroz detrás de los cuales se esconde una pista de madera de esas que hacen bailar a una momia egipcia.

Enumero los acontecimientos: 

1) Tuve que esperar que terminara la clase a puertas de papel de arroz cerradas. Qué onda, ¿es una clase secreta? ¿estaba Barishnikov?. Para pasar el momento me puse a observar a unas jóvenes geishas japonesas que auguraban una noche de tintorería para mí y mucho baile para ellas. Las orientales tienen eso: parecen tan complacientes. Las odio. 

2) Cuando corrieron los paneles corrí yo también a sentarme en la que resultó ser la peor mesa del lugar: en un extremo del salón, chiflete siberiano en la nuca, nadie me veía y otras desgracias.

3) No fue tan malo porque de entrada me sacó a bailar un bajito (mi altura + tacos) que BAILABA DE VERDAD. Me recordó a un bailarín que conozco y con quien tuve la suerte de cruzarme hace algo así como cinco años en una milonga de Palermo. El tipo: linda caminata, lindo abrazo, escuchaba la música, me escuchaba a mí y además hacía jogo bonito. ¿Qué más se puede pedir?

4) Bailamos 10 tangos o más pero tuve que parar a descansar. 

5) Lamentablemente porque cuando probás el dulce... lo que vino después fue lamentable. 

6) Miento: después bailé en exceso de los 4 tangos reglamentarios con uno que me llevaba dos cabezas (el problema del ropero). No obstante bailaba correcto, buen abrazo, ritmo & musicalidad, etc. Pero al lado del otro era un un alfajor de maicena vs un macarrón. Además creo que el tipo tenía ganas de otra cosa. 

7) Me senté en mi mesa esquinera hasta que apareció Joao: brasilero de Curitiba que más que tango bailaba lambada. Un desastre en todo su esplendor. Al tercer tango lo colgué. 

8) Esperé otro rato y vino uno a buscarme (qué emoción). Cuando me levanto declara: VALS. Todo mal. Era obvio que era un vals ¿para qué decirlo? Empezó a hablar de la conexión y de que el tango se baila de a dos y que eso no te lo enseñan en las clases, etc. 

9) Se ve que, en efecto, a él no se lo enseñaron porque empujaba y me revoleaba para todos lados tratando de meter los pasos raros que cree que sí aprendió en las clases. Le dije adiós al tercer vals. 

10) Mi bailarín favorito de todos los tiempos dijo una vez que un milonguero sabe cuándo retirarse. Así que haciendo caso a sus enseñanzas me marché presurosa del lugar. Sé que tendría que haberme ido antes pero se ve que todavía tengo mucho que aprender. .