viernes, marzo 02, 2018

dos que viven lejos


Llama sorpresivamente --lo de sorpresivamente es una redundancia porque en realidad, no llama nunca--. Me dice que hace frío, que en Minneapolis el termómetro marca menos diez grados pero que la sensación térmica es de menos diecisiete. 

--Qué diferencia puede haber entre menos diez y menos diecisiete,  pregunto.
--Ninguna, yo nada más siento la diferencia entre cero y menos diez, pero de ahí en adelante da lo mismo.
--Claro, el frío debe volverse infinito y entre infinito e infinito más uno.
--Sí, es terrible--. Le digo que un poco más y va a estar como el tipo del cuento.
--Qué cuento.
--Uno de una fogata, de un tipo que se interna solo en el bosque con su perro en un día de veinticinco grados bajo cero.
--No lo conozco, qué tiene.
--Nada, que hay que ser loco para andar solo por ahí con esa temperatura.
--Pero no estaba solo.
–-Cómo que no estaba solo.
--¿No dijiste que salió con un perro?
--Bueno, sí, había llevado al perro, qué diferencia hay.
--Eso, que no estaba solo.
--Para lo que le sirvió.
--Qué ¿el perro?
--Para nada.
--¿Qué le pasó?
--A quién.
--Al tipo.
--Ah, pensé que al perro.
--No, al tipo, qué le pasa al final.
--Imaginate.
--Hmm, ya veo, pobre... ¿y el perro?
--Lo mismo: espicha.
--Lindo cuento el tuyo, lo que no entiendo es qué tengo que ver yo con la historia.
--¿No decís que hace un frío atroz?
--Sí, hace frío, claro.
--Bueno, eso, me acordé del cuento de la fogata.
--¿Qué fogata?
--Ninguna, no importa.
--Podrías acordarte de preguntarme cómo estoy en vez de decir tantas pavadas, además yo no ando paseando por la nieve como un esquimal.
--Cómo estás.
--Acá ando, con una gripe.
--Te das cuenta por qué no te pregunto cómo estás.
--No, por qué.
--Te quejás siempre de lo mismo, que el hielo, que la nieve, no sé para qué te fuiste.
--Y vos ves por qué no te llamo nunca.
--¿No es verdad lo que digo acaso, que te quejás todo el tiempo?
--Contestame, ves por qué no te llamo.
--Será para no gastar.
--Porque cada vez que hablamos me salís con la cantinela de la ausencia.
--Yo no dije nada de ausencia, dije que te quejás nomás.
--Pero ya lo vas a decir, es cuestión de minutos.
--No.
--¿No? Ya veremos.
--Por acá todo en orden, mucho laburo, pero bien.
--Me alegro.
--¿Extrañás?
--Voy a comprar una camioneta nueva, tipo cuatro por cuatro, para andar en la nieve.
--¿Extrañás?
--Un poco, bah.
--¿A mí?
--¿Qué te parece lo de la camioneta?
--Qué me va a parecer.
--Sí, te extraño, pero ¿qué harías si volviera?
--No sé.
--No sabés... ¿ves?
--Veo qué.
--Nada, bueno tengo que dejarte.
--Ya me dejaste hace tiempo.
--No empieces, te dije que ibas a empezar.
--Si no dije nada ¿a que no adivinás con quién me crucé la semana pasada?
--En serio, tengo que cortar.
--Dale adiviná.
--No puedo ahora, hablamos otro día. 
--Ok, está bien, pero llamame ¿sí?
--Sí, sí. Cuando pueda te llamo, chau.
--Chau.

No sé por qué siento que ya no nos entendemos